domingo, 10 de febrero de 2008

Don Carnal y doña Cuaresma

Carnaval es pecado y Cuaresma es moralidad virtuosa. Esta dualidad, aunque sea un mero simbolismo más o menos desgastado, sigue presente en las mentes de media humanidad.
Sin embargo, pensemos en lo que hace cualquier componente de comparsa o los que marchan en los desfiles: ha dedicado tiempo a pensar y confeccionar el disfraz, ha imaginado unas letras, una coreografía con sus correspondientes ensayos, trabajando en equipo, quitándose de otras distracciones o molicies. Y todo esto gratis. Ofrecen generosamente un espectáculo vitalista sin pedir nada a cambio – unas sonrisas o un aplauso como mucho – y además lo hace disfrazado, de tal manera que pocos saben quién es, no hay vanidad ni engolamiento ¿qué tiene esto de pecado?
Sin embargo en las iglesias se exalta un regodeo en la muerte y el sacrificio. Alguno dirá que al final resucita; pero eso es algo que pasa desapercibido. A ningún cristiano se le ocurre decir: ¡felices pascuas de resurrección! Acaban tan agotados de toda la morbosidad necrófila que no quedan fuerzas mentales para la alegría.
Si admitimos que el bien – o si prefieren, pongamos el Bien – es la vida y lo contrario al Mal la muerte, los carnavaleros se podrían considerar unos beatos (y ese era el sentido original de tal palabra: felices) y por lo tanto virtuosos.
Los que optan por doña Cuaresma tienen claro que buscan la vida eterna; pero aquí viene la gran contradicción: ser inmortal era uno de los privilegios más importantes de los dioses. La serpiente, cuando tienta a Eva le dice precisamente eso: seréis como dioses. La trasgresión, se supone, es la característica de las carnestolendas; pero ¿no es mayor trasgresión del orden natural la inmortalidad?
Aquí, como en todas las promesas, se esconde (se disfraza) un interés político: si obedeces tendrás este premio enorme. Este mecanismo ha funcionado bien (con sus fricciones y ajustes necesarios) durante siglos. Cualquier fundamentalismo que se precie lo promete. Ningún fiel de ninguna religión admitirá que le embarga esa ambición desmedida, ni se dará cuenta que intenta disimular la angustia de la muerte con ritos e ilusiones.
El carnavalero también padece ese desasosiego ante nuestra mortalidad. Lo tapa con un disfraz; pero ese disfraz no se disimula, se muestra para hacer felices a los demás y el que desea hacer feliz a otro es que lo ama; luego, el amor al prójimo es una de sus características.
Puede que este sea el ejemplo a seguir en la vida. Darse a los demás. Dar belleza, conocimiento, alegría… sin esperar nada a cambio, es virtud natural que nos ayuda a estar en este mundo de ansiedades un poco más a gusto con nosotros mismos (para empezar). Se parece mucho a lo que proponía Jesús de Nazaret o Buda o muchos otros; pero, bueno, también eran humanos.
No pretendamos ser tan divinos y seamos humanos.

No hay comentarios: